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LA HUIDA, parte I



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Las luces se han encendido. Esas luces cegadoras que preceden al maldito gas que llevan semanas utilizando para dejarme grogui. Ha llegado el momento de poner en práctica lo que llevo días perfeccionando.

Inspiro, espiro, inspiro, espiro.

Tengo que relajarme, ralentizar mis pulsaciones. De este modo aguantaré más tiempo sin tener que respirar. Sí eso es, lo estoy haciendo bien, ya ha dejado de existir todo lo que me rodea.
No siento el duro camastro bajo mi cuerpo, ni el toque frío de la brisa del aire acondicionado sobre mi piel. He conseguido aislarme, lo he logrado. En cuanto entren y se acerquen a mí saltare sobre ellos y los destrozaré. 
En cuanto entren les infligiré el mismo dolor que me han causado a mí. No, el mismo no, su sufrimiento se verá multiplicado por mil. En cuanto entren...

¡Joder! ¿Por qué mierda no entran? ¡Qué coño…

Agudizo mis sentidos, tan solo noto una leve vibración. Algo pasa ahí fuera. ¡Maldita mi suerte!
Una explosión hace que una camilla vuele por los aires directa hacia mí. Impacta en el cristal blindado que me mantiene aislado. Mi instinto de supervivencia sale a flote, salto del catre y me resguardo en el rincón, acurrucado cubriéndome la cabeza con ambos brazos, asustado. Pero pronto la lógica gana la partida. Si es imposible romper el panel acristalado —y no es que no lo haya intentado, siempre en vano— estoy seguro que para mala suerte mía, o más bien buena en este momento, me protegerá del infierno que se ha desatado al otro lado.

Efectivamente no estaba equivocado. La camilla se ha estrellado contra el cristal, quedando hecha añicos, sin embargo el panel sigue intacto. El tecnológico laboratorio se destruye, es una ruina de escombros y llamas, y yo no puedo hacer nada, esto es mi fin. Tanto sufrimiento para nada. Resignado me levanto y me acerco a la puerta de la que ha sido mi prisión durante seis meses. Miles de chispas salen de los teclados y cableado, es una pena no tener unas birras, de ese modo podría disfrutar de mi escaso tiempo imaginando que son los fuegos artificiales del 4 de julio. Si tan solo esas llamas llegaran al panel de control junto a la puerta, posiblemente el sistema de confinamiento quedaría destrozado y podría escapar. Tan solo una pequeña y mísera llama. Una única llama como esa que ahora mismo flota en el aire directa hacia…

¡CLICK!

Atónito ante lo que acaba de suceder, más bien lo que acabo de hacer con la mente — ¡La puta! he transportado la llama con solo desearlo— la puerta se abre.
El aire queda atrapado en mis pulmones cuando soy azotado por una oleada de calor. Inmediatamente siento como mi temperatura corporal baja al menos diez grados. Doy un paso hacia el exterior y en segundos mi cuerpo se aclimata, no siento calor y las llamas están a escasos metros de mí. Vuelvo a retroceder ocultándome dentro de mi celda y automáticamente noto como la piel se calienta de nuevo. Con un movimiento de cabeza me deshago del letargo en el que he estado sumido, mas tarde, cuando esté en un lugar seguro me dedicaré a explorar mis... poderes, dones, dotes inhumanos. ¡Joder, no sé ni cómo llamarlo! Sabe dios lo que esos hijos de puta me han hecho. Poco a poco a los oídos me va llegando el sonido demoledor de nuevas explosiones y con ellas los gritos de horror. Sin embargo es el olor, que no tardo en reconocer, el que despeja mis sentidos de un plumazo. El tufo a carne quemada, a carne humana quemada, me hace tener arcadas; por mucho que mis fosas nasales hayan captado este olor nauseabundo en más de una ocasión nunca me acostumbraré a él. Tengo que salir de aquí y estoy flanqueado por llamas de al menos dos metros de altura. Solo espero que los malnacidos carniceros que se auto llaman “Científicos” sean profesionales y por lo menos, ya que han experimentado conmigo, que lo hayan hecho bien, sino acabaré como los de ahí afuera...chicharrón.
Me imagino a uno de los científicos carniceros llegando a casa y diciéndole a su mujer:

— ¡Cariño hoy traigo yo la cena! Mad recién horneado.
— Mi amor, ¿Mac qué? Macpollo, Macnugget…
— ¡No mi vida! Mad de Maddox, torrezno de Vincent Maddox.

Posiblemente más adelante probaré la teoría sobre controlar y ser inmune al fuego, ahora es mejor ser prevenido. Mejor coger la manta que hay sobre la cama, empaparla de agua y salir de aquí pitando como alma que lleva el diablo.

No pienses, solo corre.

Eso me digo mientras recorro los pasillos interminables que se abren ante mí. Estoy bajo tierra, de eso no cabe duda, por lo que debe de haber algún ascensor...

Si, ya lo veo, mi salvación a solo unos metros. ¡Mierda el botón no se enciende! La puta electricidad. Escaleras, Vin, escaleras, busca las escaleras.

Una puerta, otra, otra y por fin... ¡Sí! Soy el puto amo.

¡Joder, joder, joder! Ostia puta, ¡Mi cabeza! ¿Qué coño me pasa ahora? No soporto el dolor, la cabeza me va a reventar. Puta madre... ¡Me acabo de mear encima!... ¡Los mato, juro que los mato a todos! Pero qué narices me pasa. Es como si algo quisiera penetrar en mi cerebro. Lo siento, lo noto... ¡Joder, lo oigo!

No entiendo lo que quiere decirme la melódica y dulce voz. Son solo susurros. 
Vin, relájate, respira, concéntrate… me digo en un intento por acallar la voz y detener el dolor y realmente lo consigo.

Si, el dolor ya es una leve molestia y cada vez es más clara la voz en mi cabeza. Y esa voz... ¡Joder como me suena esa voz!
Creo que mi corazón ha dejado de latir. Es ella quien me habla. Es ella quien suplica en mi mente. Cierro los ojos y me concentro en sus palabras.

—Por favor, ayúdame, ayúdame. No quiero morir.

La rabia bulle en mí y también la determinación. No pienso abandonarte a tu suerte dulzura. Ha llegado mi momento para hacerte pagar.
Aquí y ahora comienza mi venganza.

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